EL
VERDADERO SENTIDO DE LAS CRISIS
Las personas tenemos la
tendencia a ponernos máscaras, maquillajes, pintura, ropajes de colores, para
representar papeles en el teatro del mundo. A veces somos el héroe, a veces la
víctima. Otras nos convertimos en el sabio que da respuesta a todas las
preguntas del mundo, o el bufón que se ríe de todo y de todos para esconder su
propia sabiduría.
Cambiamos de ropajes de
acuerdo a los diferentes escenarios, y sabemos interpretar muy bien nuestros
múltiples papeles, incluso acomodamos el acento, la forma de hablar, el
lenguaje y adquirimos todo aquello que nos ayude a formar parte de la obra, sin que se note lo
que llevamos debajo.
Aprendemos a esconder
nuestras debilidades, nuestros miedos, nuestras rabias, nuestros síntomas, nuestra
vulnerabilidad, pues nos han enseñado a través de generaciones que mostrar
éstas emociones no es bueno, que son mejores los héroes, príncipes y princesas,
las mujeres y hombres perfectos.
Somos guerreros en diferentes batallas,
amantes en tragedias y romances, somos magos que se inventan soluciones
inmediatas para evitar el dolor, o la tragedia o la crisis.
Algunas veces disfrutamos
nuestra representación. Otras sufrimos, lloramos, nos sentimos fracasados.
Esos papeles que vamos
interpretando desde pequeños, nos llevan a actuar en obras cada vez más
complejas, con más actos, con más personajes e interacciones. Unas veces el
resultado es bueno, tenemos éxito, otras nos abuchean y nos sacan del teatro a
punta de tomates podridos, perdemos nuestro lugar en el mundo hasta que
encontramos una nueva compañía que sepa valorar nuestras habilidades para
actuar.
Pero la vida es maravillosa.
De repente nos encontramos con una enfermedad, una crisis, una ruptura, un
duelo, y nos descubrimos a nosotros mismos desnudos, con toda nuestra
humanidad, frente a un público que está para juzgarnos desde su propia y
particular visión del mundo, y no demora
en empezar a opinar y dar consejos sobre
nuestra situación, y entonces, ¿Qué hacemos?! ¿Salimos corriendo despavoridos? ¿Nos
sentimos culpables de estar ahí mostrando todo lo que no nos gusta? ¿Pedimos a
alguien que nos preste nuevos ropajes? ¿Empezamos a insultar a todo el mundo
buscando culpables de nuestra tragedia? ¿Nos reímos de la situación como una forma
también de esconder la vergüenza y el miedo a que nos vean tal como somos?
Cuando el mundo afuera está
en caos, también hay la opción de mirar hacia adentro, y a veces, ésta se
convierte en la única posibilidad válida para enfrentar una crisis sin importar
el origen y características de ésta.
Y de pronto descubrimos que ya no necesitamos
ropajes, ni máscaras, ni maquillaje. Nos descubrimos como seres libres e
imperfectos, como seres en crecimiento que no tienen todas las respuestas, ni
saben siempre cuál es el camino correcto, y que simplemente tienen que vivir
todas las cosas que el teatro del mundo vaya presentando a lo largo de la
existencia para descubrir sus propias lecciones.
Nos convertimos en
observadores de nosotros mismos, y mágicamente deja de importarnos tanto lo que
opinen los que están afuera. Como en un eco lejano, escuchamos sus risas, sus
comentarios, sus “pobrecito/a “, sus consejos para conseguir un nuevo papel y
cambiar de obra (a veces con la mejor intención) y evadimos los intentos desesperados
de algunos por meternos en su propia obra de teatro.
Nos encontramos que el cambio
de visión de afuera hacia adentro es sanador en todo sentido, y por primera vez
agradecemos el evento que hizo que los ropajes desaparecieran, porque logramos
encontrar el verdadero sentido de la crisis: lograr que aprendamos, que
evolucionemos, que dejemos las ropas que no nos sirven porque ocultan nuestro
verdadero ser y tengamos la posibilidad de SER más libres para andar por el
mundo y vivir plenamente.
Nadie tiene todas las
respuestas y ninguna obra es eterna. Las ropas se rompen, la pintura se cae,
los papeles se terminan, pero si somos capaces de mirarnos con valentía,
descubriremos que lo eterno y real está sólo dentro nuestro, que la verdadera
felicidad no depende de los aplausos del público ni la infelicidad de sus
críticas, porque lo verdaderamente importante, lo esencial, aquello que es
invisible a los ojos, está adentro, y sólo se puede ver con los ojos del alma.
Marcela Salazar
Madrid, Noviembre 15 de 2014